Dr. Franklyn Holguín Haché
Rector de la Universidad APEC
En la noche del 3 al 4 de octubre de 1226, se despide de este mundo el serafín de Asís. Ocho siglos más tarde, en una pequeña cripta -apoyado en la vida y la tumba del santo- el Papa Francisco rubrica su más reciente legado: la Carta Encíclica Fratelli Tutti. Envuelto en el silencio de los mansos, el hermano Francisco hizo entregó a la humanidad de una carta de ruta clara y precisa hacia un nuevo y necesario mundo, signado por el amor al prójimo, la solidaridad, el perdón y la cultura del encuentro. El texto dibuja sin tapujos las falencias inherentes a la sociedad global, profundamente rota, desigual, deshumanizada, dominada por la ceguera social, la violencia, la exclusión, y a la vez plena de esperanza y buena voluntad.
El Santo Padre insta a un cambio inevitable y urgente, donde la fraternidad, la paz social, la caridad social y el recuerdo de Dios dinamicen la libertad, la equidad, la acogida y la justicia. Para hacer esta utopía posible, aboga por una educación renovada, que propicie el diálogo, la reciprocidad y el enriquecimiento muto. Una educación que, más allá de la información, promueva la sabiduría que posibilita el contacto con la realidad, el reconocerse con el otro y vivir juntos en la diferencia. Una educación donde la ciencia y la tecnología estén al servicio de la vida, el bien común y favorezca el encuentro entre saberes diversos.
Francisco propone que: “La tarea educativa, el desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida humana más integralmente, la hondura espiritual, hacen falta para dar calidad a las relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes económicos, tecnológicos, políticos o mediáticos.” Ello compromete a los sistemas, instituciones y gestores educativos a replantearse los fines, medios y modos de actuación que acercan la dinámica educativa a los esquemas de competitividad y exclusión que caracterizan el mundo de hoy. Promover la ciudadanía mundial, abrir la educación a los más pobres y menos dotados, los migrantes, las personas con discapacidad, los vulnerables, desde una perspectiva de derechos, dignidad, hermandad y responsabilidad. Y para los que hemos hecho de la educación nuestra misión, “la solidaridad como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal” es nuestro compromiso.